Sanidad para todos (pública o concertada). ¿Y ahora qué?





Ya se ha conseguido paralizar –cautelarmenet– la externalización o privatización de la Sanidad Pública. Se ha conseguido. Bien, ¿y ahora qué?

Para los que exigimos que la sanidad sea de calidad, igual para todos y con criterios profesionales, antes de primar si debe ser pública o privada, se abre un periodo de incertidumbre que, desde la serenidad de esta nueva situación, se aproveche por el nuevo Consejero de Sanidad, Francisco Javier Rodríguez, profesional de la Sanidad y diputado Autonómico del PP y, entre otras, jefe de la Unidad de Hipertensión del Hospital General Universitario Gregorio Marañónvamos, que no es el clásico incompetente político– para, reunido con los profesionales de AFEM y otros grupos profesionales de la Sanidad, analizar la situación sanitaria y acordar la medidas de ahorro, efectivas y viables que justifiquen, ante la ciudadanía, las razones aportadas por esos colectivos sanitarios para impugnar la externalización.

Ya he dicho muchas veces, que no estoy en contra de privatizar o externalizar nada. Pero dada la difícil y cara retroactividad de estas medidas, exijo que se demuestren a los ciudadanos las expectativas y beneficios que dichas operaciones reportarán a las arcas y Sanidad públicas. Pues no pueden estar al pairo de las ideologías en gobierno. Y esta demostración, por parte del actual Gobierno de la CAM, no es que no se haya ofrecido a los madrileños, sino que directa e intencionadamente se les ha hurtado por parte del Presidente, Ignacio González y su mamporrero sanitario, Javier Fernández-Lasquetty. Y esto es un hecho incontestable.

Indudablemente, los profesionales sanitarios deberán ofrecer un proyecto viable y reductor de gasto que contemple reducción de personal excesivo –que lo hay–; reasignación y optimización de puestos laborales; aprobar una fómula que permita adaptar los salarios a la situcaión real del país; reducción de gastos en medicamentos, procesos, material –que también son posible
–; centarlización de compras;  profesionalización de la gestión sanitaria, prescindiendo de políticos ineptos y asesores innecesarios; y proponiendo la contratación de gestores profesionales –por objetivos– y su renovación, si los alcanza.

La cosa es clara, si el coste mínimo y objetivo de esta Sanidad, lo fijamos, por ejemplo, en 100, le va acostar lo mismo 100 a la Sanidad Pública que a la Sanidad Privada, pero ésta añade el lógico beneficio empresarial, ¿hasta un 115, por ejemplo? Luego será más cara.

Porque si lo que hace la Sanidad privada es bajar ese coste hasta 85, para tener ese margen de 15, como beneficio empresarial, una de dos:

  • O lo quita de las prestaciones a los pacientes.
  • O explota a los sanitarios, con salarios basura.
  • O su negocio es inviable.
  • O el precio real de esos servicios es falso, nunca 100, sino 85, por lo que la sanidad Pública debe hacerlo a ese mismo coste.
No hay otra, el dinero, salvo por los bancos centrales, ni se crea ni se destruye, solo cambia de manos y, por nuestro interés, el de todos, esperemos que vaya a las correctas.

Si partimos de tener que asumir como inevitables, las actitudes de malos profesionales que escurren el bulto y encarecen la Sanidad con su baja productividad, tendremos que asumir igualmente, como inevitable, la desvergüenza y deshonetidad de nuestros políticos y de ciertas empresas que les guardan un puesto en su Consejo de Administración, para agradecerle los "sevicios prestados".

Pensar que unos son, y serán, unos golfos progresistas, mientras que los otros se pueden enmendar, es ser directa y llanamente un sectario o practicar la Ley del embudo, que no deja de ser lo mismo.




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