SCD, partido político (por mucho que nos pese)
La verdad es que el cuerpo me sigue pidiendo, como ya comenté a algunos amigos, plantarme a los –creo– reglamentarios 50 metros del Congreso, con una pancarta que lleve escrito "Hoy soy sólo yo, Mañana seremos muchos más". Reivindicando, pacíficamente, el respeto debido al pueblo español. Que no se legisle, ni se nos gobierne a espalda de nuestros legítimos intereses. Que se cambie todo lo necesario, Constitución incluida, para que el pueblo pueda proponer leyes, modificarlas o derogarlas. Que la casta política deje de serlo, representando, de una vez, al pueblo soberano y no a sus propios aparatos de poder. Para que la creciente voluntad participativa de los ciudadanos no se reduzca al misérrimo, mezquino y cerrado voto a Málaga o Malagón, a la partitocracia, cada cuatro años.
Y me lo continua pidiendo cuanto más analizo las posibles alternativas. Consideremos, que cualquier cambio que signifique que la casta política devuelve una mínima parte de la soberanía expoliada, y de la que somos titulares los ciudadanos, pasaría ineludiblemente por una automutilación suicida de "ese poder" que han patrimonializado para sí y los suyos. Ese voluntario autosacrificio, se me antoja altamente improbable y, que de atisbarse mínimas "concesiones" en ese sentido, sería a costa de un tiempo del que ya no disponemos. Demasiada grandeza para seres tan mezquinos.
Queda el recurso a una ilegal –¿pero ilegítima ante tal cerrazón?– violencia que, para nada, va con muchos de nosotros, salvo como gráfico y "dickensiano" augurio de un tenebroso, próximo y cierto futuro, si no enmiendan su actitud. Ya he escrito alguna vez sobre la elucubración de plantar remedos de guillotinas en las plazas principales de las grandes ciudades. Aunque me temo que no pasaría de macabra y grotesca elucubración, porque la casta está tan segura de "su derecho" al expolio de lo de todos, que se enrocará en sus autoconcedidos privilegios.
¿Apostaríamos por un asalto a la Bastilla o al Palacio de Invierno? La situación es grave, muy grave, pero muy alejada aún de tal desesperación, aunque la pobreza y el hambre se hacen cada vez más insultnate (para los que no hecemos nada) y constatable. El solo hecho de que podamos llegar a tal necesidad, que haga perentoria esa violencia y su imprevisible resultado, espeluzna a cualquier mente capaz de razonar.
Las algaradas callejeras, en las que derivó el 15-M, por más merecedores de mejor fin que pudieran haber sido sus inicios, apuntan finalmente, con su espiral de quiméricas e inviables reivindicaciones, hacia esa indeseable dirección.
Las grandes manifestaciones, siendo más que notorias, difícilmente dispondrían de las necesarias insistencia y frecuencia como para preocupar a la apoltronada y a la acorazada partitocracia.
Así que ¿cómo vamos a cambiar las cosas? Porque yo no renuncio a cambiarlas. La casta no va a permitir esos cambios porque, según las reglas con las que ellos mismos se han blindado, sólo la casta puede cambiar esas reglas. ¿La Justicia? Aunque es evidente que hay jueces honestos, no menos lo es que también existe la casta jurídica, que se aferra al poder con intereses partidarios que, a poco que se precisen por la casta política o la económica, afloran prostituyendo el Poder del Estado que debería velar por la legalidad y la Justicia.
Con este panorama ¿cómo desde la Sociedad Civil se puede dar vuelta a un Sistema amañado y endogámico, donde aquel que entra y pretende encumbrarse es corrompido? Sin la rechazable violencia, sólo existe una vía, por todo lo anteriormente dicho, muy peligrosa. Pero es la única posible. Desde dentro, jugando con sus propias cartas.
Si admitimos que la situación es ésta, razonadamente se colige que la única forma eficaz de "reventar el sistema" para hacerlo realmente democrático, al margen de otras acciones puntuales, es acudir a las elecciones como partido. Pero para trasladar a la política la forma de sentir y ver las cosas desde la Socieda Civil, será indispensable establecer un sistema interno salvaguardado de todo posible "control aparatero", que por convencimiento y para sumar sus voluntades, demuestre al resto de la ciudadanía que somos capaces de regirnos internamente con las mismas, y realmente democráticas, reglas que pretendemos llevar al Congreso y al Gobierno de España. Una nueva forma de hacer las cosas, la de la Sociedad Civil Española, más participativa y verdaderamente democrática.
Y no va a ser una una un trágala. El 6 de octubre, en el Palacio de Congresos de Madrid, todos los ciudadanos que asistan y deséen aportar su voluntad, tendrán la oportinidad de votar las candidaturas que se presente a dirigir el proyecto y nuestras reglas internas, los Estatutos del Partido Sociedad Civil y Democracia, incorporando las enmiendas que se presenten y la mayoría decida. Igualmente ocurrirá con la Ponencia de Acción Polítca, el ADN del que decida dotarse la Sociedad Civil, en la nueva contienda. Este Congreso Constituyente, marcará el inicio de la andadura política de la Sociedad Civil y Democracia, en su lucha por cambiar el actual negro futuro de los valores, la democracia y la economía de España.
Para los que pretendan ver una incoherencia en aquellos que, criticando y aborreciendo a nuestra actual casta política, sindical, etc, sin embargo, a la vez estamos dispuestos a combatirlas desde la configuración de un partido político, consideramos que en democracia son necesarios los partidos políticos, pero afirmamos que la forma en que se conducen estos partidos polítcos que padecemos, los convierte en incompatibles con esa democracia, de no asumir cambios radicales que no están dispuestos a aceptar.
Y me lo continua pidiendo cuanto más analizo las posibles alternativas. Consideremos, que cualquier cambio que signifique que la casta política devuelve una mínima parte de la soberanía expoliada, y de la que somos titulares los ciudadanos, pasaría ineludiblemente por una automutilación suicida de "ese poder" que han patrimonializado para sí y los suyos. Ese voluntario autosacrificio, se me antoja altamente improbable y, que de atisbarse mínimas "concesiones" en ese sentido, sería a costa de un tiempo del que ya no disponemos. Demasiada grandeza para seres tan mezquinos.
Queda el recurso a una ilegal –¿pero ilegítima ante tal cerrazón?– violencia que, para nada, va con muchos de nosotros, salvo como gráfico y "dickensiano" augurio de un tenebroso, próximo y cierto futuro, si no enmiendan su actitud. Ya he escrito alguna vez sobre la elucubración de plantar remedos de guillotinas en las plazas principales de las grandes ciudades. Aunque me temo que no pasaría de macabra y grotesca elucubración, porque la casta está tan segura de "su derecho" al expolio de lo de todos, que se enrocará en sus autoconcedidos privilegios.
¿Apostaríamos por un asalto a la Bastilla o al Palacio de Invierno? La situación es grave, muy grave, pero muy alejada aún de tal desesperación, aunque la pobreza y el hambre se hacen cada vez más insultnate (para los que no hecemos nada) y constatable. El solo hecho de que podamos llegar a tal necesidad, que haga perentoria esa violencia y su imprevisible resultado, espeluzna a cualquier mente capaz de razonar.
Las algaradas callejeras, en las que derivó el 15-M, por más merecedores de mejor fin que pudieran haber sido sus inicios, apuntan finalmente, con su espiral de quiméricas e inviables reivindicaciones, hacia esa indeseable dirección.
Las grandes manifestaciones, siendo más que notorias, difícilmente dispondrían de las necesarias insistencia y frecuencia como para preocupar a la apoltronada y a la acorazada partitocracia.
Así que ¿cómo vamos a cambiar las cosas? Porque yo no renuncio a cambiarlas. La casta no va a permitir esos cambios porque, según las reglas con las que ellos mismos se han blindado, sólo la casta puede cambiar esas reglas. ¿La Justicia? Aunque es evidente que hay jueces honestos, no menos lo es que también existe la casta jurídica, que se aferra al poder con intereses partidarios que, a poco que se precisen por la casta política o la económica, afloran prostituyendo el Poder del Estado que debería velar por la legalidad y la Justicia.
Con este panorama ¿cómo desde la Sociedad Civil se puede dar vuelta a un Sistema amañado y endogámico, donde aquel que entra y pretende encumbrarse es corrompido? Sin la rechazable violencia, sólo existe una vía, por todo lo anteriormente dicho, muy peligrosa. Pero es la única posible. Desde dentro, jugando con sus propias cartas.
Si admitimos que la situación es ésta, razonadamente se colige que la única forma eficaz de "reventar el sistema" para hacerlo realmente democrático, al margen de otras acciones puntuales, es acudir a las elecciones como partido. Pero para trasladar a la política la forma de sentir y ver las cosas desde la Socieda Civil, será indispensable establecer un sistema interno salvaguardado de todo posible "control aparatero", que por convencimiento y para sumar sus voluntades, demuestre al resto de la ciudadanía que somos capaces de regirnos internamente con las mismas, y realmente democráticas, reglas que pretendemos llevar al Congreso y al Gobierno de España. Una nueva forma de hacer las cosas, la de la Sociedad Civil Española, más participativa y verdaderamente democrática.
Y no va a ser una una un trágala. El 6 de octubre, en el Palacio de Congresos de Madrid, todos los ciudadanos que asistan y deséen aportar su voluntad, tendrán la oportinidad de votar las candidaturas que se presente a dirigir el proyecto y nuestras reglas internas, los Estatutos del Partido Sociedad Civil y Democracia, incorporando las enmiendas que se presenten y la mayoría decida. Igualmente ocurrirá con la Ponencia de Acción Polítca, el ADN del que decida dotarse la Sociedad Civil, en la nueva contienda. Este Congreso Constituyente, marcará el inicio de la andadura política de la Sociedad Civil y Democracia, en su lucha por cambiar el actual negro futuro de los valores, la democracia y la economía de España.
Para los que pretendan ver una incoherencia en aquellos que, criticando y aborreciendo a nuestra actual casta política, sindical, etc, sin embargo, a la vez estamos dispuestos a combatirlas desde la configuración de un partido político, consideramos que en democracia son necesarios los partidos políticos, pero afirmamos que la forma en que se conducen estos partidos polítcos que padecemos, los convierte en incompatibles con esa democracia, de no asumir cambios radicales que no están dispuestos a aceptar.
No existe otra alternativa a que sea la propia Sociedad Civil la que desmbarque en la vida política, dispuesta a forzar los cambios necesarios. Es la única forma pacífica, sin renunciar paralelamente a ejercer la presión desde todas las opciones legales, en la que se nos deja intentar poner patas arriba un sistema construido para blindar los privilegios de aquellos que lo han construido y lo usan para expoliarnos.
Sociedad Civil y Democracia, partido político
(por mucho que nos pese)
.
0 comentarios:
Publicar un comentario