Cuando perdí la inocencia

En la defensa de la democracia, al igual que en su práctica del día a día, nos encontramos frecuentemente con situaciones en las que, muchos nos plantean como más democráticas posiciones que, si nos alejamos de sectarismos y permanecemos abiertos a los argumentos, a su debate y a su asimilación, si fuera el caso, no resistirán el menor análisis. Me refiero a esas acciones y/o decisiones que sólo encuentran como no-argumento justificativo, en los grades hechos, la "Razón de Estado".

Razón de Estado que, en ocasiones más de diario, recogemos bajo otros no-argumentos, prostituyendo el significado de las palabras usándolas por lo que no son: tragaruedas/golem, amigo/traidor, colaborar/boicotear, fanático/desleal, etc. En definitiva, cuando se hace –porque se tiene poder para ello– lo que no se debe, y se es cogido con las manos en la masa o simplemente cuestionado por ello, la Razón de Estado, la causa, el partido, las siglas, el relativismo moral, son los no-argumentos que terminan con la probablemente tensa situación, entre otras cosas porque "el que tiene poder para ello", seguro que tiene poder para mucho más. El que se mueve no sale en la foto.

Recuerdo el caso que da título a esta entrada, el primero en el que me tuve que enfrentar con ese cáncer democrático que es el relativismo moral. Y fue al respecto de una persona por la que sentía verdadera admiración y lo tenía como referente moral por su claro y valiente posicionamiento antifranquista, Don Enrique Tierno Galván, alias el Viejo Profesor.






La cuestión, aparte de otras menores, afloró cuando el entonces concejal en el Ayuntamiento de Madrid, Alonso Puerta, denunció la concesión ilegal del contrato para la limpieza municipal del Ayuntamiento a la empresa Sellberg S.A. (creo recordar) con un fuerte incremento de costes, destinado a la financiación ilegal de PSOE. En aquellas fechas vivía en una urbanización llamada Pablo Iglesias y rodeado por bastantes afiliados del PSOE y de UGT, algunos bien situados en sus organizaciones, que no tenían el menor rubor en justificar dicho sobrecoste, en mi opinión robo a los ciudadanos, en que no iba a parar al bolsillo de chorizo alguno pues se destinaba a sufragar los gastos del partido.

¡Qué más me dará a mi que el chorizo sea un tipejo deleznable o el conjunto de los que alardeaban de "Cien años de honradez" si me roban igual! Tras esto comprendí el verdadero significado del slogan: "Estamos hasta los cojones de cien años de honradez".


Tengo que decir que ese hecho fue algo traumático para mí, sobre todo después de oírle al Viejo Profesor reducir ese y otros casos de financiación ilegal, de corrupción, a la parida de: "trocar principios por dinero". Perdí mi inocencia política, porque antes había tenido complicidades y roces con revolucionarios de pasillos universitarios, leninistas de tapitas y trepas menores, pero pocas personas podría encontrar en adelante que me sugirieran a priori tal imagen de honestidad política. Se esfumó mi personal siglo de las luces.


Pues bien, esto relatado es un típico caso de relativismo moral y/o político. Como lo fue lo vivido en el partido con nombre de individua con nombre de partido, como lo fue el Gal, como lo es lo que está ocurriendo en el Tribunal Constitucional con el Estatuto catalán, como lo puede ser la financiación del PP, como lo es el "tres por ciento", como lo son las subvenciones que reparte el PSOE entre afines, como lo sería que políticos, policías, periodistas, jueces y fiscales se confabulen para mirar hacia otro lado ignorando que "alguien" y ellos –aunque sea por complicidad necesaria–, está cometiendo un gravísimo delito. Por supuesto que con otro nivel de trascendencia, este relativismo también está presente en situaciones más cotidianas y cercanas como cuando se filtran las preguntas en oposiciones o exámenes, cuando se presiona para que normas en vigor no sean aplicadas a amigos o personas de aprecio, cuando se otorgan contratos –no propios– a amigos, sin ser el mejor de los presentados, etc.

Como vemos por los muy diversos ejemplos de relativismo moral o político, no todos tienen la misma trascendencia. Evidentemente no es lo mismo llevarse el contenido del cepillo de una capilla, a robar los fondos de una ONG que da de comer a hambrientos en África, pero en el fondo por algún asunto mínimo se empieza.

Resumiendo, es un cáncer con mucha más importancia de la que le otorgamos pues no sólo es una cuestión de Democracia, también de honradez personal y muy interrelacionado, por oposición, con la Ética. Os dejo estas dos frase ya que pienso que lo definen muy bien y no se con cual de ellas quedarme:

"La Razón de Estado es a la Democracia como el agua al hielo, parecen lo mismo pero los primeros acaban siempre con los segundos".

"Cuando la Democracia admite la Razón de Estado como argumento válido, comienza la cuenta atrás de su autodestrucción".


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2 comentarios:

Diógenes de SÍnope | 16 de febrero de 2010, 22:51

Espino, cualquiera de estas dos frases nos señalan la sutil línea que separa dos conceptos políticos opuestos, democracia y tiranía.

Juan Espino | 18 de febrero de 2010, 12:10

Diógenes, lo realmente grave de lo que afirmas, con lo que estoy en total acuerdo, es la gran cantidad de personas que considerándose demócratas, traspasan continuamente esa sutil línea, amparándose, quizás, en "la mínima trascendencia de lo vulnerado", como si eso anulara el hecho de haber pisoteado las normas.

Es como el guardia civil que para un coche tuneado muy macarra y se dirige al conductor, diciéndole: "Lo siento señor, pero tengo que multarle por haber sobrepasado la raya continua" y el macarra le contesta: "Pero vamos a ver, señor agente, ¿acaso la he roto?".

Jodas aparte, esta incapacidad para distinguir entre cumplir las normas y saltárselas mínimamente, es lo que hace que proyectos como el de UPyD y otros que se han tratado de poner en marcha con posterioridad se vayan al garete. Votar cada cuatro años es muy fácil, lo difícil es ser demócrata todo los días.