¡Cierra los ojos! ¡Abre los ojos!

Pido al lector que cierre los ojos, que se relaje y que imagine un aeropuerto de una capital de Sudamérica, Quito, La Paz, Lima, Bogotá, da igual, nos vale cualquiera. Imagine esas interminable filas de falsos turistas que machacados por la pobreza social y crónica de sus países, esperan su turno de embarque en la aeronave que les lleve en su viaje a España, la Madre Patria, su "el Dorado" familiar en busca de alguna promesa de futuro para sus hijos. Depositan todo el porvenir en una fútil e incierta esperanza de salvación, en esa última y desesperada jugada que es la emigración ilegal. No necesariamente son procedentes del lumpen, porque el lumpenproletariado es la clase social más baja, sin conciencia de serlo, y ellos, además de que bastantes son poseedores de una capacitación laboral y profesional suficiente, sí que son conscientes de que son de la clase de los "machacados", los que pagan siempre, sea consecuencia de las salvajes asonadas de algún "milico" golpista de los que tan sobrado está su continente, sea motivado por las medidas "ultra-liberales" de políticos populistas y salvadores, principalmente de bolsillos propios y de los de amigos cercanos, que suelen alternarse ordenadamente con los golpistas ya citados.

Imagine a esa marcha de desesperados mirando por las reducidas ventanas del avión en un intento insertar en su memoria, junto a las imágenes de sus seres queridos, las últimas imágenes reconocibles de su paisaje cercano.


Imagine ahora una calurosa callejuela cercana al puerto de Saint-Luis, Dakar, Nuackchott, Nouadhibou, La Gouira, Dakhia, El'Argoub o cualquier otro, porque también da igual. Un numeroso grupo de jóvenes africanos, lo mejor de sus aldeas tribales, elegidos por los ancianos y los clanes familiares, los más fuertes, los mejores, aguardan la señal del traficante de sueños para, a la carrera, ocupar su lugar en una de esas larguísimas y no menos frágiles embarcaciones denominadas "cayucos". Es importante estar atentos a la señal, aprovechar justo el instante del "pactado" despiste de los policías o soldados que "vigilan" el cumplimento de la legalidad en la zona portuaria.

Imagine que de repente el traficante ejecuta la señal convenida, todos se incorporan e inician la excitada carrera hacia la embarcación, alguien comienza a dar frenéticos tirones del cable de arranque de uno de los dos viejos "Tohatsu" de 40 y 50 Caballos y varias "manos" que, en nuestras latitudes apenas se usarían para un chinchorro o una pequeña embarcación de pantano, va a tratar de impulsar esa endeble –para lo que se le requerirá- embarcación de 15 metros de eslora (longitud), durante un larguísimo e improbable viaje.


Imagine ese cayuco repleto con más de 120 vidas, varios de ellos niños y mujeres; para la mayoría de ellos, ésta será la primera vez que en su vida tomen contacto con una cantidad de agua
mayor que el hilo de agua fangosa que corre a algunos kilómetros de su aldea y al que diariamente se desplazan las mujeres para aprovisionarse de agua. Imagine el pánico que se apodera de la mayoría de los "viajeros" cuando el cayuco es zarandeado por olas de más de 3 metros, al miedo por el desconocimiento del océano, una los vómitos de personas tan deshabituadas a ese inestable medio, los llantos de niños y mujeres que, poco a poco, se contagian a los adultos y jóvenes presentes, la frenética labor de vaciar el agua que el oleaje arroja dentro de la embarcación. Imagine a esas personas tratando de acomodarse entre depósitos de combustible, la mayoría de las veces insuficiente para completar el trayecto, y los cuerpos de los que les acompañan.

Imagine ahora a una familia española, trabajadores de baja cualificación, embarcados en una hipoteca que, desde hace algún tiempo, aumenta y aumenta en su coste, absorbiendo los reducidos recursos familiares hasta requerir la ayuda del resto de la familia. Padres que, a pesar de su situación económica, no se atreven a pedir un aumento de sueldo porque saben que el jefe tiene muchos inmigrantes a la puerta, esperando que le ofrezcan sus trabajos, el de los españoles, por una parte del salario que éstos cobran. Estos inmigrantes, sudamericanos o africanos no vienen a quitarles el trabajo a los españoles, vienen a trabajar y a buscarse la vida y la de los suyos, ... pero se lo quitan.


Imagine que ya han desembarcado del avión y aguardan en la cola su turno para mentir a las autoridades de la aduana, último impedimento para comprobar que a pesar de todas las penurias pasadas para llegar hasta aquí, "todas" más quedan por pasar. Vienen dispuestos a comerse el mundo, a enviar recursos suficientes para que su familia pueda subsistir allá en donde cada noche tratará de sintonizar sus sueños.


Imagine que hubo suerte y, pese a lo esperable, han llegado playas o puertos españoles, son atendidos por voluntarios y personal de la impagable Cruz Roja, los más sanos ingresarán en centros de acogida, tratando de engañar al personal de inmigración, si son de un país con acuerdos de repatriación con España. Ya sólo les queda aguardar un tiempo hasta que les trasladen a la Península y les suelten con un bocadillo y unos euros en el bolsillo. Vienen dispuestos a comerse el mundo, a enviar recursos suficientes para que su aldea pueda subsistir allá en donde cada noche tratará de sintonizar sus sueños.


Trate el lector de hacer transparente su imaginación, pues vamos ha realizar un difícil cambio en los personajes de nuestras historias imaginadas. Imagine que se van desdibujando los rasgos de negritud o indianismo de todos nuestros protagonistas. Imagine que todos estos inmigrantes legales o ilegales, hayan llegado en vuelos transoceánicos desde Hispanoamérica, en autocares desde países balcánicos, en cayucos desde el África Subsahariana, en tren desde países del Este o en pateras desde el Magreb, en su inmensa mayoría no son parte de una horda de personas con ninguna o muy baja cualificación laboral, no ... Imagine que todas esas personas que llegan ávidas de trabajo, son políticos o periodistas y que lógicamente no van competir con el trabajador de baja cualificación español, sino con nuestro actuales políticos y periodistas.


Ahora continúe el lector imaginando pero, a la vez, abra los ojos para comprobar que, de haber sido políticos y periodistas los que llegaran
a nuestro país buscándose la vida, ya se habrían tomado todas las medidas, las políticamente correctas y las no políticamente correctas, y con esa inmigración sí se habría acabado radicalmente.


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